viernes, 27 de febrero de 2009

from the brightest reds to grays

el nuevo día tan solo tenia unos minutos desde su comienzo y él, recién llegaba. nunca nadie preguntaba de dónde, en realidad, confiaban en que no seria cierto. como la mayoría de las noches desde hacia ya 9 años, cada vez que regresaba de donde sea, su familia lo esperaba junto con planteos y cuestionamientos. su esposa, desesperada, buscaba la verdad. no sabia bien a que se refería con eso, pero ansiaba encontrarla de todos modos. siempre era igual. y esa noche, no fue la excepción.
con el sonido del portazo quiso anunciar su autoridad en la casa, pero ya nadie creía en ella. las peleas tomaron el control de la situación, siempre tan tensa y fría. como solía suceder, los gritos llenaron la casa. los hijos de los que se hacen llamar maduros y responsables, al escuchar golpes e insultos irrepetibles corrieron a la cocina. el espectáculo era deprimente y doloroso; daban lástima. el mas pequeño de los dos quiso hablar, pero su madre lo obligó a cerrar la boca, lo conocía, a él y a su temperamento. no era prudente que tomara partido por ninguno de los dos. los golpes se agravaron y rompieron varios objetos. aunque no le importo a ninguno de los adultos, la hermana mayor se sintió cansada. sabia que tarde o temprano, iba a reaccionar. el rápido latido de su corazón invadía sus oídos como tambores, y con determinación pegó un grito. deseaba no tener la voz tan aguda cuando gritaba y sacarle un poco de rapidez a sus palabras, que acuchillaban a sus padres y angustiaban a su hermano. era incontrolable, su nerviosismo y actual sensación de poder, la llevaban a que su voz cambiara. más de una década sumergidos en condiciones inhumanas, y ahora que por fin tenían un hogar, lo destruían sin razón. no podían controlar su violencia. golpeó la pared mas cercana con su puño reiteradas veces para expresar su autoridad, la que ahora creía tener... y ni su voz aguda ni la estupidez paternal la iban a detener. disparó un par de verdades mientras unas lágrimas cubrían sus ojos y terminó su discurso antes de lo que hubiera preferido, porque le costaba mostrarse llorando. se dirigió a su habitación, no sin antes darle un último golpe a la pared, poniéndole un punto final a la discusión. en cuanto el segundo portazo de la noche -el de su pieza encerrándola- se escuchó, todo quedó en silencio.